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jueves, 22 de diciembre de 2011

La Delio Valdez en la Unidad Penitenciara No 20.

Como hicimos mención en notas anteriores, los internos del la Unidad Penitenciaria No 20 revisten la situación particular de estar purgando (o esperando) una condena y a la vez conllevan problemas de índole psiquiatrita que hace que su reclusión requiera, de manera simultanea a la “rehabilitación social”, una “rehabilitación psíquica”. Hacemos uso de las comillas, estimado lector, porque no somos nosotros las personas indicadas para analizar si efectivamente estas instituciones estatales cumplen el rol rehabilitador de los individuos que allí se encuentran recluidos.
Tampoco sabemos a ciencia cierta si lo que hay que hacer es “rehabilitar”… Como dijimos anteriormente, nuestra ignorancia sobre el tema nos exige dedicarnos a aquello que podemos ofrecer: arremeter con nuestro repertorio cumbiero y así compartir un momento ameno.
Sin embrago, de manera previa a introducirnos al relato que nos convoca, ventilamos una cuestión que nos carcome el intelecto, que interpela nuestros saberes, y que compartimos con Ud para no defraudar la confianza que hemos forjado a fuerza de infidencias: a qué refiere el concepto de “reinserción” que aparece generalmente adosada a la palabra “rehabilitación”?. Reinsertar porque se los considera fuera?. De qué?. Imposibilitados de establecer vínculo alguno con el resto de los que estamos “insertos” en esta sociedad?. No tienen nada para dar?.

El viaje hacia las entrañas del pabellón comenzó cuando el micro del Servicio Penitenciario pasó a recoger a La Orquesta. Durante el recorrido, que duró aproximadamente una hora, reinaba en cada uno de los miembros de la escuadra LDV una expectante alegría, propia de los momentos previos al acontecer de un hecho que se sabe único e irrepetible.
Luego de superar sucesivas rejas, esquivar detectores magnéticos,  atravesar obtusas miradas de guardiacarceles, nos parapetamos frente al pabellón correspondiente a la Unidad 20. Pegados sobre la puerta de vidrio se observaban los carteles que anunciaban el evento: “Hoy: La Delio Valdez…. y todo su cumbia colombiana”.
La presencia de La Orquesta  generó del otro lado del vidrio una respuesta inmediata desde el interior del pabellón: se vieron manos levantadas y otras demostraciones de júbilo. La puerta se abrió y la Orquesta ingreso lenta y tímidamente, saludando a su paso al distinguido público.
Del pabellón, seguimos rápidamente hasta recalar en el patio, donde se desplegaron los instrumentos para dar inicio al show. La cumbia empezó a sonar tímidamente, sumando de apoco a más integrantes, como pidiendo la autorización correspondiente a los dueños del pabellón. Y así fue que la gente, muñidos de mate y sillas, comenzaron a arribar. De a poco, la cumbia se apoderó de la tarde y el patio se transformó en una pista de baile. La Orquesta vibraba al compás de la tambora, las trompetas entraron en escena despabilando a los presentes y el clarinete invocaba el fuego sagrado de la cumbia . Una persistente lluvia pretendió amenazar la continuidad de la función, pero nada pudo hacer el aguacero a esa altura de la tarde cuando la Orquesta ya había encendido la llama eterna. La Orquesta y el Público convocaron nuevamente a Su Majestad y el espíritu del Cumbión estuvo presente… fue un show solo apto para iniciáticos del rito.

Repetimos: Business are Business. La Orquesta dejo lo que tenía, ofreció todo su repertorio hasta sentir diezmadas sus fuerzas vitales … y fue allí que recibió su paga, renovando su ansias de cumbia con esa energía que solo allí se puede encontrar.
La Orquesta de retiró así como llego: lenta y tímidamente... las despedidas son crueles, y las ansias de volver apenas si compensa la tristeza del adiós.